viernes, 15 de marzo de 2013

Momento histórico 266

Al principio miraba el reloj cada diez minutos. Después, cuando faltaba media hora para las siete, la teórica hora de la fumata, cada cinco. Y cuando ya quedaban diez, no hacia otra cosa que voltear la muñeca. Maria Lucia estaba impaciente. Quería la fumata ya y la quería blanca. “Tiene que ser hoy o como mucho mañana. Es que son mis días libres en el trabajo. Después ya no podré venir y yo quiero estar aquí”. Y el Espíritu Santo, consciente de que María Lucia se había cambiado las zapatillas por unos tacones para ganar altura y poder ver mejor la fumata y el balcón, le concedió la gracia. A las 19.08h comenzó a salir humo blanco de la vieja chimenea roja decolorada.

Más que verlo, muchos de los presentes en la plaza de San Pedro lo sintieron por los gritos y aplausos que comenzaron en ese instante y de ser sordos, por los brazos en alto dirigiendo cámaras y móviles hacia el tejado de la Sixtina y hacía las cuatro pantallas colocadas a ambos lados de la basílica. Y cuando comenzaron a replicar a gloria las campanas del Vaticano, los objetivos se dirigieron a ellas. Sonaron el tiempo que tardó en desvanecerse el humo de la fumata, alrededor del cuarto de hora. Aunque los móviles no aguantaron tanto tiempo en alto: “Ya ha salido, ya ha salido la fumata. Hay Papa, no, no se sabe todavía quién es”. Y colgaban. Tampoco se podía conversar mucho más. De repente se era empujado hacia adelante. Pese a que antes de la fumata parecía que no había más espacio en la plaza, después de la fumata se ganaron unos metros. Querían estar cerca del balcón para ver al nuevo Papa. “¿Cuándo sale?”, “he leído en los periódicos que puede tardar media hora”, “pero Ratzinger tardó menos, ¿no?”, “Ratzinger era alemán y los alemanes ya se sabe”.

Durante la espera de la proclamación del Papa, las conversaciones cambiaron de tema. Ya no sé hablaba de cualquier cosa. El “oye, sabes que la hija ya se le casó”, pasó a “y quién será”. “Yo espero que sea el capuchino, el americano, parece bueno y es joven”. “A mi el que me gusta es Dolan”, “¿y ese de dónde es?”, “de Nueva York”, “yo no lo quiero italiano”, “por qué”, “porque he visto en la televisión un informe de que ocultaron casos de pederastia”, “bueno, hay que escuchar a la otra parte”, “yo con que sea un buen papa”. “sí, que sea como Juan Pablo II y no como Benedicto”, “como Benedicto no”. En esto último había bastante consenso, tan solo discrepaba una mejicana: “Pues yo creo que ha realizado un gran gesto de humildad”. La discusión parecía que podía ir a más, pero los tambores la pararon.

“¡La Guardia Suiza, es la Guardia Suiza”, tomaban posición .“Y la armada italiana”. “Parecen los ingleses con esos sombreros”, eran los carabineros. “Baje el paraguas, la del paraguas amarillo, fuera”. Y la señora lo bajó. Y el señor del paraguas negro, trató de resistirse, pero no pudo con la presión: todos querían hacer fotos al desfile, a los soldados, a la policía y las bandas de música de ambos cuerpos. Estaban presentes. Tocando los himnos. El de Italia, que siguieron los italianos: “Estamos preparados para la muerte, Italia llamó”. Y el de El Vaticano, que solo cantó Ana María: “¡Oh, Roma feliz!, ¡oh, noble Roma feliz!, ¡oh,Roma feliz!, ¡Roma feliz, Roma noble!”. “Me lo enseñaron en la escuela”, aclaraba ante la sorpresa. “A mi no y también fui a la escuela”, parecía quejarse otra italiana. “Es que yo ya tengo una edad, tengo 60 años”, “no tanta edad, si fuera un cardenal, sería un chaval”.

Y entonces, las luces de sala de las Lágrimas, la estancia donde se encuentra el balcón por el que sale el Papa se encendieron. Y silencio, pero no pasó nada. Y después parecía que las cortinas de la ventana del balcón se movían. Y algún pequeño grito o algún suspiro, pero no pasaba nada. Todo esto visto por las pantallas gigantes, que enfocaban ahí, a la totalidad de la plaza, momento en el cual se gritaba o aplaudía o se alzaban los brazo. También apuntaban a algunos de los presentes, planos de unos pocos segundos, salvó a una chica de origen asiático que se alargó. Entonces se oyó: “el cámara se ha enamorado”. Pero el cámara cambió de plano, apuntó nuevamente al balcón y entonces se oyó “puta que me parió”. A una joven brasileña se le habían acabado las baterías de la cámara.

Tal vez de haberlo sabido el protodiácono, el cardenal francés Jean Louis Tauran, habría esperado a que la cambiara, pero no: “Annuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam! Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Georgius Marius Sanctae Romanae Ecclesiae Cardinalem Broglio Qui sibi Nnomen Francesco.

“Broglio, Broglio, es italiano”, se pensaba. “No, es argentino”, corrigió Patricio. “Cómo lo sabes”, le preguntaron. “Porque yo soy argentino”, de intercambio cultural. Y comenzó el interrogatorio: “Qué sabes de él”, “es el que manda en la iglesia de allí”, “¿pero no está en la curia?”, “no. Es el cardenal de Buenos Aires. Yo creo que va a dar onda”. Y el pobre tampoco podía informar de mucho más. Al menos aclaró la edad, preocupación de muchos: “Creo que entre 60 y 70”. Tiene 78. Sin saber nada de él, por tanto, Cristina, una mejicana, se declaraba emocionada por tener un Papa hispano. Y un español, conociendo tan sólo su nombre como Pontífice, comentó: “O sea que le llamaran Paco o Curro”

Y Paco, o Curro, Francisco I, primer Papa americano, primer Papa jesuita, primero que renuncia a vestir los ropajes indican su dignidad, primero que no luce la cruz pectoral de esmeraldas para esta ocasión, sino la suya de hierro… sale y suenan unos acordes del himno italiano. “Por favor, quiero escuchar al Papa, no El Canto de los Italianos”, comenta una chica. La música para, hay silencio, y Francisco I da las buenas noches. Y hace lo nunca visto hasta entonces: primero que pide una plegaria por su antecesor. Y se reza el Padre Nuestro y el Ave María. Primero cuyas primeras palabras duran más de un par de frases, primero que hace un chascarrillo al indicar que “los cardenales han ido a buscarlo al fin del mundo”... Y parece que se retira, de hecho hay quien ya va abandonando la plaza, pero el Papa regresa y bendice. Y todos callados, salvo las cámaras de fotos. Y ya sí: “Buenas noches y que descanséis bien”.

Al tiempo que se aplaude, unos a otros se preguntan: “¿Qué te ha parecido?” “me he emocionado, se me ha saltado una lágrima”, “me parece que va a ser un buen Papa”, “se da un aire a Juan XXIII”. Y “nos puede hacer una foto, que se vea el balcón”. Y un grupo de argentinos enseñando su bandera y gritando “Argentina” en italiano, o sea, “aryentina”, mientras las antorchas de las televisiones les iluminan para convertirlos en videos de youtube. Y así, acaba un momento “histórico”. El 266.

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